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VIVIR PARA MÍ. Testimonio de un Proceso de terapia.

Os dejamos este testimonio de un proceso de terapia para conseguir la autonomía personal. Dejar de vivir según la opinión de los demás y comenzar a utilizar el propio criterio escondido debajo de capas de culpa y miedo. Nuestra paciente ha querido compartir su experiencia y explicarnos cómo lo consiguió.

Mil gracias, tu testimonio seguro ayuda a otros a dar un paso adelante y sacarse de encima esas capas que no les permiten hablar con su propia voz.

Vivir para mí

No sé en qué momento decidí empezar terapia, me vi a mi misma en una espiral de la que no había manera de salir, la imagen del pozo o del túnel dónde está tan oscuro que no hay manera de ver la luz al final, era lo que mejor describía mi vida. Me sentía pequeña, como un grano de arena en medio de un gran desierto…  
Mi culpa empezó antes de nacer. Tenía la desgracia de nacer en una familia que no nos esperaba. Por si no fuera suficiente el bombazo fue cuando el médico le dio la noticia a mi madre de que veníamos dos. Siempre me sentí culpable… ¿¿¿¿de qué???? De que mi madre se sitiera tan desgraciada, de que la culpa de su desgracia fuera mía y de mi hermana.
 
Mi padre nunca quiso hacerse cargo de nosotras, de mi madre sí pero sin dejar su vida. Él tenía una familia, tenía a su mujer y a sus hijos, pero también quería a mi madre. A nosotras no, realmente no logro entenderlo. Me costó superar el desinterés de mi padre, pero para mí siempre había sido un mal menor. O eso creía yo. No le tenía cariño pero me molestaba que él no me lo tuviera a mí. Yo tenía motivos para no apreciarlo, pero nunca se lo había demostrado por respeto a mi madre, así que él no tenía ningún derecho a no querernos.
Yo tenía a mi hermana. Mi hermana y yo siempre hemos sido una piña, ella está siempre. Hemos vivido la misma situación y en cambio somos personas completamente distintas. Ella siempre me ha apoyado, siempre ha estado a mi lado. Siempre nos hemos defendido la una a la otra, pero no nos dábamos cuenta que no sabíamos defendernos a nosotras mismas.
También estaba mi abuela, ella nos cuidaba siempre, vivía con nosotras. Ella y mi madre nos sacaron adelante, pero como pudieron.
Yo quiero a mi madre, muchísimo, pero sé que no sabe querer de otra manera. Ella nunca ha estado orgullosa de nosotras,  nunca hemos hecho nada para  que se sienta orgullosa, nunca nada es ni será suficiente. Si la hija de mi amiga es más lista que yo, si se ha casado con alguien mejor que mi pareja, si yo nunca voy a conseguir nada en la vida, que si no dejaba de comer nadie me querría (el tema de la comida ha sido un tema aparte)… Ha sido agotador. Toda mi vida había sido agotadora.
Aprendí a sobrevivir. Dejaba que los años fueran pasando, poniendo parches en mi vida. Unos días estaba bien, otros me hundía en la miseria… Pero iba trampeando los años. No consideraba que fuera feliz, pero tenía miedo de que todo lo bueno ya me hubiera pasado, que en el futuro no hubiera nada mejor que lo que ya había visto.
Y en plena espiral de caos, un día, hace pocos años, busqué el nombre de mi padre en Google… ahí estaba, su esquela. Le había dicho muchas veces, hacía años, que me enteraría de su muerte por su esquela. Me hubiera gustado equivocarme, me hubiera gustado que pensara en nosotras en el último momento de su vida y sintiera que en el fondo nos quería, pero no fue así. ¿Cómo iba a contarle a mi madre que ya no estaba? Mi madre le quería, era el amor de su vida y se había ido sin dar la cara por nosotras. Mi hermana y yo intentamos planificar cómo se lo íbamos a contar.
Y unos de días más tarde, todo se desmoronó. Mi abuela murió. Su muerte es algo que aún me cuesta recordar, y ¡escribir! En una semana ya no estaba. Fue la semana más dura de toda mi vida. Tenía más de 100 años, estaba claro que algún día llegaría el momento, pero no era el momento. Mi abuela y yo tuvimos una relación complicada al final. Yo sé que ya no era ella, la mujer que vivía con nosotros ya no tenía nada que ver con mi abuela. Pensé que no la lloraría, pensé que me había vuelto insensible totalmente porque estaba agotada. No quería comer, no quería beber, estaba deshidratada, nos insultaba de vez en cuando (mi abuela nunca hubiera hecho algo así estando en su sano juicio!), no quería levantarse de la cama, no quería nada ni de nosotras, ni del mundo.
Fueron unos años complicados. Pero su muerte me trastocó, no podía olvidarla. No podía dejar de sentirme culpable por los gritos mutuos, por mi falta de paciencia de vez en cuando. Porque no tenía ganas de llegar a casa porque ella ya no le tenía cariño a nadie. Y pensaba: “sólo me faltaba ella para no  sentirme querida ni apoyada”.
Cuando empecé terapia las cosas empezaron a ordenarse. Mi vida era agotadora, nunca había hecho nada para mí misma. Pero gracias a la terapia me he dado cuenta que yo lo he hecho así de agotador. He aprendido a vivir para mí, a conseguir objetivos por mí, y no por los demás. ¡Yo estoy orgullosa de mí misma, no necesito que nadie más lo esté por mí!
Mi problema eran los límites. ¡Todo el mundo opinaba en mi vida! Todo el mundo hacía y deshacía lo que quería de mí. Todo el mundo criticaba lo que hacía y cómo lo hacía. Había perdido totalmente el control de mi vida, no creo que nunca lo hubiera tenido, pero era el momento de vivir mi vida. Aprendí que equivocarme no era el fin del mundo, que no pasaba nada por hacer el ridículo. Aprendí a reírme de mí misma, a no hacer un drama de mi vida.
Aprendí que yo era responsable de mis actos, no de los actos de los demás. Me tiraba a la espalda los problemas de los demás! Me afectaban como si fueran míos, ¡los vivía como si fueran míos! Y, ¿¿para qué?? He aprendido a lidiar con mis problemas, y SOBRETODO he aprendido a apartarme de las relaciones que no me aportan nada. 
No siempre los límites gustan a todo el mundo (como me decía Nuria, mi psicóloga), pero son necesarios. Y no a todos han gustado, y muchos se han apartado, pero ¡me alegro! Porque, ¿qué clase de relación tenía con los demás? Ahora tengo las relaciones que quiero, y como quiero.
Agradezco muchísimo el tiempo de terapia. Conocía a gente que había hecho terapia, y yo lo había intentado años atrás, y tenía mis dudas de que funcionara. Pero estaba decidida a arreglar mi vida. Sabía que no sería fácil pero con las charlas y los consejos que me dio Nuria las cosas fueron tomando forma, y en muy poco tiempo ya había cambios importantes en mi vida.
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